jueves, 29 de diciembre de 2016

capitulo 6

6


Era ya la tercera misa de la novena de misas de aguinaldo.
Luis había llegado un poco más temprano y había ensayado con el grupo antes de la celebración del día. La sorpresa estuvo en que también Luis tocaba el cuatro. Y en los ensayos, todo estuvo mejor, pues había ya más coordinación y más fluidez en los instrumentos.
Todo fue bonito ese tercer día.
Y, Luis, igual seguía sentado en la última silla, e, igual, sacaba la lengua como tocaba las maracas. Y esta vez, el párroco si se había percatado y detallado el desenvolvimiento de Luis. Nadie sabía cómo se llamaba, ni dónde vivía, ni qué hacía. Solo lo habían visto hacer su visita a las imágenes, y, ahora, lo veían sentado con el conjunto de las misas de aguinaldo. Esto último llamaba más la atención. Algunas señoras se reían y se miraban sin poder omitir una mueca de desconcierto y de sorpresa al no comprender qué podría estar él haciendo ahí, justo ahí. Tal vez, los demás integrantes del conjunto de aguinaldo se hacían eco de la percepción universal y del ambiente, pues en esto tienen razón los pensadores al decir que un pensamiento y una sensación puede ser universalmente única, en ciertos ambientes y circunstancias. Y el que piense y sienta distinto, pasa a ser un disidente o un distinto de la masa. Tal vez, allí se estaría realizando la confirmación de el “dónde está Vicente?... donde está la gente”; y salirse de ese esquema, podría ser contraproducente, porque pensar, sentir y vivir distinto es riesgoso y aislante. Ahora, el señor cura párroco se complacía al ver al señor Luis moviendo sus brazos al compás del ritmo de las melodías, y mucha gente como veían que el párroco miraba hacia el coro y a Luis, entonces, comenzaban a mirar, pero con sentido complaciente y de satisfacción por la alegría de ver a Luis donde estaba y lo que hacía, a pesar de que se hallaba en evidente ariconamiento en relación a todo el conjunto de aguinaldos.
-- Quiero resaltar un detalle, hoy – dijo el párroco justo antes de dar la bendición final en la misa de ese día, y se colocó en todo el centro del altar, para cerciorarse de tener la atención de todos los que estaban esa tarde en la misa.
-- ¡Por favor, que venga aquí el maraquero! – dijo el párroco e hizo llamar a Luis, al viejo, que había tocado las maracas, quien pasó de inmediato a la convocatoria del pastor, sin hacerse de rogar y manera sencilla y espontánea.
-- El señor – dijo el párroco, pues tampoco sabía cómo se llamaba – nos está dando una gran lección desde hace varios días. El párroco le había echado su brazo derecho sobre los hombros a Luis.
--  ¡Usted, cómo se llama! – inquirió el párroco acercándole el micrófono al viejo.

-- ¡Luis…! – dijo él con su voz gruesa. Y, también dijo el apellido. Entonces, el párroco resaltó algunas cosas del gesto de Luis, que de manera respetuosa se hallaba acompañando las misas de aguinaldo. La gente irrumpió con fuerte aplauso, porque la gente tiene siempre esa costumbre, de aplaudir con todo y por todo. Y, a veces, los aplausos son más una instintividad instantánea de masificación, que un reconocimiento verdadero. En todo caso, la gente aplaudió. Luis dio las gracias, y pidió permiso para regresar al sitio donde estaba, en la última silla del sitio del coro de la parroquia. El párroco, ciertamente, estaba emocionado y quería resaltar aquello.

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