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Era ya la
tercera misa de la novena de misas de aguinaldo.
Luis había
llegado un poco más temprano y había ensayado con el grupo antes de la
celebración del día. La sorpresa estuvo en que también Luis tocaba el cuatro. Y
en los ensayos, todo estuvo mejor, pues había ya más coordinación y más fluidez
en los instrumentos.
Todo fue
bonito ese tercer día.
Y, Luis, igual
seguía sentado en la última silla, e, igual, sacaba la lengua como tocaba las
maracas. Y esta vez, el párroco si se había percatado y detallado el
desenvolvimiento de Luis. Nadie sabía cómo se llamaba, ni dónde vivía, ni qué
hacía. Solo lo habían visto hacer su visita a las imágenes, y, ahora, lo veían
sentado con el conjunto de las misas de aguinaldo. Esto último llamaba más la
atención. Algunas señoras se reían y se miraban sin poder omitir una mueca de
desconcierto y de sorpresa al no comprender qué podría estar él haciendo ahí,
justo ahí. Tal vez, los demás integrantes del conjunto de aguinaldo se hacían
eco de la percepción universal y del ambiente, pues en esto tienen razón los
pensadores al decir que un pensamiento y una sensación puede ser universalmente
única, en ciertos ambientes y circunstancias. Y el que piense y sienta
distinto, pasa a ser un disidente o un distinto de la masa. Tal vez, allí se
estaría realizando la confirmación de el “dónde
está Vicente?... donde está la gente”; y salirse de ese esquema, podría ser
contraproducente, porque pensar, sentir y vivir distinto es riesgoso y
aislante. Ahora, el señor cura párroco se complacía al ver al señor Luis
moviendo sus brazos al compás del ritmo de las melodías, y mucha gente como
veían que el párroco miraba hacia el coro y a Luis, entonces, comenzaban a
mirar, pero con sentido complaciente y de satisfacción por la alegría de ver a
Luis donde estaba y lo que hacía, a pesar de que se hallaba en evidente
ariconamiento en relación a todo el conjunto de aguinaldos.
-- Quiero
resaltar un detalle, hoy – dijo el párroco justo antes de dar la bendición
final en la misa de ese día, y se colocó en todo el centro del altar, para cerciorarse
de tener la atención de todos los que estaban esa tarde en la misa.
-- ¡Por favor,
que venga aquí el maraquero! – dijo el párroco e hizo llamar a Luis, al viejo,
que había tocado las maracas, quien pasó de inmediato a la convocatoria del
pastor, sin hacerse de rogar y manera sencilla y espontánea.
-- El señor –
dijo el párroco, pues tampoco sabía cómo se llamaba – nos está dando una gran
lección desde hace varios días. El párroco le había echado su brazo derecho
sobre los hombros a Luis.
-- ¡Usted, cómo se llama! – inquirió el párroco
acercándole el micrófono al viejo.
--
¡Luis…! – dijo él con su voz gruesa. Y, también dijo el apellido. Entonces, el
párroco resaltó algunas cosas del gesto de Luis, que de manera respetuosa se
hallaba acompañando las misas de aguinaldo. La gente irrumpió con fuerte
aplauso, porque la gente tiene siempre esa costumbre, de aplaudir con todo y
por todo. Y, a veces, los aplausos son más una instintividad instantánea de
masificación, que un reconocimiento verdadero. En todo caso, la gente aplaudió.
Luis dio las gracias, y pidió permiso para regresar al sitio donde estaba, en
la última silla del sitio del coro de la parroquia. El párroco, ciertamente,
estaba emocionado y quería resaltar aquello.
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