jueves, 29 de diciembre de 2016

capitulo 2

 2



            Luis se quedaba de vez en cuando en la misa.
            Y, cuando se quedaba, llamaba la atención, sobre todo, cuando cantaba, pues su voz sobresalía. Más que cantar, parecían rugidos o ronquidos. Su voz era demasiado gruesa para su contextura física. Cantaba gritando y eso perturbaba. Algunas señoras, en especial, la señora Uno, la señora Dos y la señora Tres, se molestaban con aquella voz. Tal vez, sonaba como la voz ronca y desencantada del Jorobado de Notre Dame. O, quizás, peor, porque aquella era en película, y esta en real. Algunas gentes se reían sin ningún tipo de disimulo, y sus risas eran, más bien, burlas.
            -- “Dios hace sacar alabanzas hasta de las piedras”, dice la Biblia – dijo una vez el señor cura párroco, porque aquellas risotadas le generaban incomodidad. Igualmente, Luis cantaba con su voz demasiado ronca para los gustos de un buen oyente, así fuera, inclusive devoto o religioso; y muchas de las gentes de los que asistían a los servicios religiosos en aquella Iglesia eran, tal vez, de gustos musicales refinados y de estilos cultivados en las artes y su clasificación, incluyendo el más refinado de todos, como el de la música, que eleva a lo más alto de la grandeza de la gran miseria humana, para hacerlo más sutil y delicado. Quizás, por eso, se le llama a la música el arte de los mismos ángeles, pues hasta la misma Biblia coloca siempre a los ángeles y a la creación cantando y entonando himnos de alabanzas al Creador. Tal vez, por eso será que justo en el momento del gran momento de la liturgia eucarística, justo inmediatamente del gran momento, se irrumpe con el canto del ¡Santo, Santo, Santo…Hosanna en el cielo!, precisamente porque se trata del canto y la música del arte de las artes en la alabanza al Creador, aunándose aquí en la tierra a los coros angélicos que tributan alabanzas en dimensiones desconocidas, según la fe y la creencia, que también llevan a mundos de elevación de lo más puro y sublime del hombre, como creación.
            Luis, tal vez, no sabría todo aquello, pero, igual cantaba. Su voz ronca por demás, igualmente, era una alabanza. Tal vez, sería el sonido ronco del rugido como el del león, en el caso de los animales, o del bajo o contrabajo, en el caso de los instrumentos creados por el hombre. Tal vez, su voz y rugido eran la del león, y tal vez, por eso mismo también, además de la fuerza descomunal de sus dientes y garras, lo hacían león, y el rey de la selva. Tal vez,  Luis, ya era un rey. Tal vez, su voz lo delataba. El caso, es que, Luis, igual cantaba. Y, tal vez, por eso mismo, la señora Uno, la señora Dos y la señora Tres, se molestaban con aquella voz, porque sería, sin saberlos ellas, y tampoco Luis, la del León, la del Rey. Cuando Luis cantaba en el momento del ¡Santo, Santo… Hosanna!, lo hacía con total naturalidad, y ciertamente, aquel ronquido más gutural que musical, provocaba de manera instintiva la risa, como reacción natural. Había que hacerse un ejercicio de autocontrol para no soltar la carcajada, o agachar la cabeza como en sufrimiento de pena ajena, por la ridiculez del que incurre en alguna torpeza, y que nos lleva a sonrojarnos y sentir confusión y lástima, y hasta vergüenza. Luis no se inmutaba. Tal vez, ni se percataba de su alrededor, porque él estaba en lo que estaba, porque, a diferencia, su cabello era blanco y sus tres dientes, igual no estaban en su boca; y su cabello era el suyo, aún en su color para no parecerse a nadie más que a él mismo, incluyendo sus zapatos estropeados, y que tampoco eran para él una incomodidad ni preocupación, mucho menos ocupación.
            Últimamente, Luis estaba asistiendo a las misas.

            Se acercaba a comulgar e, igual, hacía se metía en la fila de la cola de los que iban a comulgar. Su porte era respetuoso y silencioso, excepto cuando cantaba; y cuando entonaban la canción que decía que “tú has venido a la orilla…no has buscado ni a sabios ni a ricos”, lo hacía como con inspiración inundando la estancia de la Iglesia con su voz, para sentir en su corazón que se estaba en una dimensión sagradamente religiosa y humana, al mismo tiempo. Tal vez, porque en Luis se estaba redimensionando la profecía del libro bíblico, en la experiencia realmente humana y teológica de el “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey”. Tal vez, sería la extraordinaria experiencia de la Bella y la Bestia, en una misma experiencia religiosa y humana, sin subyugación ni yuxtaposición de una de otra, sino en estrecha conexión en una auténtica dimensión humana, donde Dios y el hombre se plenifican. Eso, en el caso, que en Luis se diera la sobrevaloración de lo puramente animal; o que, por equivocación, fuera esa la primera impresión. Tal vez, su voz ronca y sin elegancia era el recordatorio de esa doble conjunción humano-divina, y no fuera más que una confirmación de lo sorprendente de la pobreza y riqueza, como opuestos complementarios. Y eso fuera, tal vez, la diferencias con las señoras, la Una, la Dos, la Tres, hasta las Ochenta y Nueve, de las que asistían fervorosamente a su ritual diario del deber religioso. Tal vez. Tal vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario