5
Al segundo día
de las misas de aguinaldo, todo iba como tenía que ir. Y si fuera de otra
manera, también así iría, para decir, igualmente, que todo iría como estuviera
yendo. E iba, como iba, e iba bien. Los que iban a la novena de misas de
aguinaldo comenzaban a seguir yendo. La muchacha del nuevo coro lo hacía con
esmero y dedicación, y si los ángeles cantan como dicen que cantan, entonces,
allí habría un ángel; pero, sin saber cómo es que cantan los ángeles, y qué
tipo de música prefieren. Aunque, los expertos en música clásica dicen que es
música como de Beethoven, de Bach y de todos esos clásicos de la humanidad. Tal
vez, lo sea. Pero, si le consulta a un caribeño o a uno de otras dimensiones
geográficas y culturales, entonces, la música de los ángeles habrá de ser un
merengue o un vallenato. Porque todo es una absoluta relativización hasta en
los valores culturales, y a Dios, algunos lo colocarían disfrutando una quinta
sinfonía, o un pasodoble español. Todo dependiendo de quién y desde de dónde, y
sobre todo, desde cómo, porque no es lo mismo escuchar música en un baile
festivo, que en una situación de tristeza. El hecho, es que la música del
cuatro del tambor, le daban a aquella realidad una especificidad única e
irrepetible. Y, era como era. Tal vez el sonido del tambor era la diferencia.
Algunos llevaban colocados unos gorros rojos con borlados blancos, típicos de
San Nicolás.
Luis estaba
sentado tocando las maracas.
Los muchachos,
ellos y ellas, y algunas señoras formaban el conjunto de las misas de
aguinaldo. Ahora, Luis, también, y todos se habían dado cuenta de ese detalle,
menos el señor cura párroco, que, a pesar de todo, sentía una diferencia en el
sonido de percusión aquella tarde. Algo había que hacía la diferencia. Luis
estaba en una actitud de asomado y como si no hubiese estado invitado al
festín. Pero, igual hacía sonar las maracas, y lo hacía con destreza humilde.
Movía la boca y sacaba un poco la lengua, tal vez, para no perder la
concentración. Ocupaba la última silla de una fila que estaba en uno de los costados
de la Iglesia ,
siendo el último, tal vez, porque había llegado justo a la hora de la misa; o,
tal vez, por otro tal vez, que no se sabía, aunque daba la impresión que no
estaba siendo aceptado por el resto del conjunto de aguinaldos. Tal vez, porque
era un viejo, y tal vez, porque sus zapatos no estaban lustrados. Pero, igual
participó en todos los cantos y en toda la misa; e, igual, fue a comulgar como
lo hacía cada vez que asistía a la celebración eucarística. Y sacaba la lengua
con los movimientos de los brazos en su maraqueo. Tal vez, ese día no iría a
saludar las tres imágenes, y no iría a jamaquear al Corazón de Jesús. O, tal
vez, ya lo había hecho antes, y no se habían percatado porque las parrandas
navideñas y sus sonidos angélicos transportaban en un contagio decembrino, o,
porque se estaba en las misas de aguinaldos.
-- ¡Padre! –
le comentó alguien al señor cura párroco, al término de la misa – ¿vio al
viejito que estaba tocando las maracas?
-- ¡No! –
contestó él. Pues no se había dado cuenta y no lo había visto.
-- ¡Y lo hace
muy bien! – continuó en sorpresa agradable la persona que le hacía ver el
detalle que no había podido percibir el párroco, de manera visual, aunque si,
un poco a nivel auditivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario