jueves, 29 de diciembre de 2016

capitulo 5

5


Al segundo día de las misas de aguinaldo, todo iba como tenía que ir. Y si fuera de otra manera, también así iría, para decir, igualmente, que todo iría como estuviera yendo. E iba, como iba, e iba bien. Los que iban a la novena de misas de aguinaldo comenzaban a seguir yendo. La muchacha del nuevo coro lo hacía con esmero y dedicación, y si los ángeles cantan como dicen que cantan, entonces, allí habría un ángel; pero, sin saber cómo es que cantan los ángeles, y qué tipo de música prefieren. Aunque, los expertos en música clásica dicen que es música como de Beethoven, de Bach y de todos esos clásicos de la humanidad. Tal vez, lo sea. Pero, si le consulta a un caribeño o a uno de otras dimensiones geográficas y culturales, entonces, la música de los ángeles habrá de ser un merengue o un vallenato. Porque todo es una absoluta relativización hasta en los valores culturales, y a Dios, algunos lo colocarían disfrutando una quinta sinfonía, o un pasodoble español. Todo dependiendo de quién y desde de dónde, y sobre todo, desde cómo, porque no es lo mismo escuchar música en un baile festivo, que en una situación de tristeza. El hecho, es que la música del cuatro del tambor, le daban a aquella realidad una especificidad única e irrepetible. Y, era como era. Tal vez el sonido del tambor era la diferencia. Algunos llevaban colocados unos gorros rojos con borlados blancos, típicos de San Nicolás.
Luis estaba sentado tocando las maracas.
Los muchachos, ellos y ellas, y algunas señoras formaban el conjunto de las misas de aguinaldo. Ahora, Luis, también, y todos se habían dado cuenta de ese detalle, menos el señor cura párroco, que, a pesar de todo, sentía una diferencia en el sonido de percusión aquella tarde. Algo había que hacía la diferencia. Luis estaba en una actitud de asomado y como si no hubiese estado invitado al festín. Pero, igual hacía sonar las maracas, y lo hacía con destreza humilde. Movía la boca y sacaba un poco la lengua, tal vez, para no perder la concentración. Ocupaba la última silla de una fila que estaba en uno de los costados de la Iglesia, siendo el último, tal vez, porque había llegado justo a la hora de la misa; o, tal vez, por otro tal vez, que no se sabía, aunque daba la impresión que no estaba siendo aceptado por el resto del conjunto de aguinaldos. Tal vez, porque era un viejo, y tal vez, porque sus zapatos no estaban lustrados. Pero, igual participó en todos los cantos y en toda la misa; e, igual, fue a comulgar como lo hacía cada vez que asistía a la celebración eucarística. Y sacaba la lengua con los movimientos de los brazos en su maraqueo. Tal vez, ese día no iría a saludar las tres imágenes, y no iría a jamaquear al Corazón de Jesús. O, tal vez, ya lo había hecho antes, y no se habían percatado porque las parrandas navideñas y sus sonidos angélicos transportaban en un contagio decembrino, o, porque se estaba en las misas de aguinaldos.
-- ¡Padre! – le comentó alguien al señor cura párroco, al término de la misa – ¿vio al viejito que estaba tocando las maracas?
-- ¡No! – contestó él. Pues no se había dado cuenta y no lo había visto.

-- ¡Y lo hace muy bien! – continuó en sorpresa agradable la persona que le hacía ver el detalle que no había podido percibir el párroco, de manera visual, aunque si, un poco a nivel auditivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario