jueves, 29 de diciembre de 2016

capitulo 1

 1


             Se llamaba Luis.
            Tendría, alrededor, de unos setenta y cinco años. Tal vez, setenta y siete, para ser más exactos, no en la edad, sino en el tal vez, que ya sería bastante decir.
         Era de contextura delgada. Su cabello era blanco. Le faltaban unos dos o tres dientes delanteros, porque a esa edad, ya los dientes se encargan de salirse solitos, y más cuando no se ha tenido ni tiempo ni dinero para ir al servicio del dentista. Y, Luis no había tenido las dos. Por eso sus dientes, no estaban, aunque si estuvieron alguna vez.
        Luis vestía su camisa por fuera del pantalón. Sus zapatos estaban un poco estropeados por el uso, y tenía tiempo que nos los lustraba con crema, de esas que dan brillo a los zapatos. Por lo visto, no tendría para quien lucir sus zapatos lustrados y bien limpiecitos. Tal vez, lo tuvo alguna vez, como podría haberle sucedido en sus tiempos de menos años y de galanura de juventud. Pero, ahora, no era joven. Además, sus zapatos eran de goma, y no hubieran recibido el betún que usan los zapatos bonitos para parecerse más bonitos. Para él, eran zapatos. Lo demás, no le quitaban el sueño. Tal vez, en otros tiempos; pero, ahora, no tenía ni la más chiquita importancia. Y, bien sabía, que si los hubiera limpiado con crema o betún, los hubiese embadurnado y estropeado peor. Así como estaban, era bien. Por otra parte, sus zapatos cumplían su misión, que era las de proteger sus pies del contacto frío y duro de la tierra, que podrían lastimar sus pies cansados y desprotegidos por el cruel paso de los años, cosa impredecible e inevitable, al mismo tiempo.
            Siempre usaba una camisa manga corta de rayas azules.
            Al caminar iba como chasqueando sus dientes y hacía movimientos, tal vez, involuntarios con la boca. Sería una especie de rumiar y rumiar sus pensamientos y recuerdos y sus días pasados. Nadie sabía dónde vivía. Lo veían llegar todos los días a la Iglesia, a la hora de la misa, justamente cuando estaban leyendo las lecturas. Entraba con su manera semi agachada, más bien, un tanto encorvado por todo el centro de la Iglesia parroquial. Todos se quedaban mirándolo. Pasaba sin decir nada, y de manera respetuosa se dirigía al altar, al lugar donde estaban la imagen de la Virgen de Coromoto, la Patrona de la Parroquia. Ser arrodillaba respetuosamente y rezaba balbuciando su conversación con la imagen. Se persignaba siempre arrodillado de las dos piernas en actitud reverencial. Se tardaba unos dos minutos y pasaba a hacer lo mismo frente a la imagen de San José, que estaba en el otro extremo derecho del altar. Siempre de manera respetuosa y silenciosa. Una vez terminado su ritual, bajaba del altar a realizar su tercera adoración y conversación frente a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que estaba justamente frente al Sagrario. Muchos se quedaban mirando aquel ritual. Algunos habían tenido, muchas de las veces, la tentación de interrumpirlo, y hasta de tomarlo de los brazos, para invitarlo a salir. Algunas señoras, que vestían bonito y con zapatos bien lustrados, y de cabellos pintados para parecer menos señoras y más jóvenes, y para parecerse a otras y no a ellas, hacían muecas con la boca en señal de desaprobación de la compostura de aquel señor. Algunas se solidarizaban en la desaprobación con miradas furtivas y complicitivas, haciendo una especie de coro de mujeres de bien. Tal vez, sus zapatos bien limpiecitos y bien lustrados les daba el respeto y la tirantez de cada movimiento de boca desaprobatorio. Algunos señores habían resistido escasamente su impulso de hombres decorosos y de compostura la fuerza de la inercia del instinto de sacarlo de la Iglesia. Tal vez, la permisividad del cura párroco los frenaba en ese instinto, pues, de lo contrario, desde algún tiempo, Luis, se hubiese visto ser interrumpido en su balbuceo y en su rezo con las tres imágenes impávidas y silenciosas de la Iglesia, que, tal vez, mirarían y esperarían todos los días al mismo visitante en su rutina.

            Así como entraba, salía. Sin hacer ruido, más que el visual, pues, quizás perturbaba. No hablaba con nadie, sino con los tres santos y sus imágenes. Muy de vez en cuando le estiraba la mano en señal de saludo al cura párroco, que en esos momentos, tal vez, muy sagrados de la misa estaba en lo que tenía que estar. Y éste, sin inmutarse en lo más mínimo, igual, estiraba la mano para corresponder en el saludo afectuoso de Luis. Algunas señoras, sobre todo, las de los zapatos limpios y limpiecitos, volvían a mirarse, ahora desaprobando también al párroco por tan grande atrevimiento, de desconcentración en tanta sublimidad y altura del misterio. Algunas criticaban y otras murmuraban. Pero, igual, Luis y el cura párroco se daban el saludo de manos, de manera caballerosa. Así, sin más. Y, así, sin menos.
           

capitulo 2

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            Luis se quedaba de vez en cuando en la misa.
            Y, cuando se quedaba, llamaba la atención, sobre todo, cuando cantaba, pues su voz sobresalía. Más que cantar, parecían rugidos o ronquidos. Su voz era demasiado gruesa para su contextura física. Cantaba gritando y eso perturbaba. Algunas señoras, en especial, la señora Uno, la señora Dos y la señora Tres, se molestaban con aquella voz. Tal vez, sonaba como la voz ronca y desencantada del Jorobado de Notre Dame. O, quizás, peor, porque aquella era en película, y esta en real. Algunas gentes se reían sin ningún tipo de disimulo, y sus risas eran, más bien, burlas.
            -- “Dios hace sacar alabanzas hasta de las piedras”, dice la Biblia – dijo una vez el señor cura párroco, porque aquellas risotadas le generaban incomodidad. Igualmente, Luis cantaba con su voz demasiado ronca para los gustos de un buen oyente, así fuera, inclusive devoto o religioso; y muchas de las gentes de los que asistían a los servicios religiosos en aquella Iglesia eran, tal vez, de gustos musicales refinados y de estilos cultivados en las artes y su clasificación, incluyendo el más refinado de todos, como el de la música, que eleva a lo más alto de la grandeza de la gran miseria humana, para hacerlo más sutil y delicado. Quizás, por eso, se le llama a la música el arte de los mismos ángeles, pues hasta la misma Biblia coloca siempre a los ángeles y a la creación cantando y entonando himnos de alabanzas al Creador. Tal vez, por eso será que justo en el momento del gran momento de la liturgia eucarística, justo inmediatamente del gran momento, se irrumpe con el canto del ¡Santo, Santo, Santo…Hosanna en el cielo!, precisamente porque se trata del canto y la música del arte de las artes en la alabanza al Creador, aunándose aquí en la tierra a los coros angélicos que tributan alabanzas en dimensiones desconocidas, según la fe y la creencia, que también llevan a mundos de elevación de lo más puro y sublime del hombre, como creación.
            Luis, tal vez, no sabría todo aquello, pero, igual cantaba. Su voz ronca por demás, igualmente, era una alabanza. Tal vez, sería el sonido ronco del rugido como el del león, en el caso de los animales, o del bajo o contrabajo, en el caso de los instrumentos creados por el hombre. Tal vez, su voz y rugido eran la del león, y tal vez, por eso mismo también, además de la fuerza descomunal de sus dientes y garras, lo hacían león, y el rey de la selva. Tal vez,  Luis, ya era un rey. Tal vez, su voz lo delataba. El caso, es que, Luis, igual cantaba. Y, tal vez, por eso mismo, la señora Uno, la señora Dos y la señora Tres, se molestaban con aquella voz, porque sería, sin saberlos ellas, y tampoco Luis, la del León, la del Rey. Cuando Luis cantaba en el momento del ¡Santo, Santo… Hosanna!, lo hacía con total naturalidad, y ciertamente, aquel ronquido más gutural que musical, provocaba de manera instintiva la risa, como reacción natural. Había que hacerse un ejercicio de autocontrol para no soltar la carcajada, o agachar la cabeza como en sufrimiento de pena ajena, por la ridiculez del que incurre en alguna torpeza, y que nos lleva a sonrojarnos y sentir confusión y lástima, y hasta vergüenza. Luis no se inmutaba. Tal vez, ni se percataba de su alrededor, porque él estaba en lo que estaba, porque, a diferencia, su cabello era blanco y sus tres dientes, igual no estaban en su boca; y su cabello era el suyo, aún en su color para no parecerse a nadie más que a él mismo, incluyendo sus zapatos estropeados, y que tampoco eran para él una incomodidad ni preocupación, mucho menos ocupación.
            Últimamente, Luis estaba asistiendo a las misas.

            Se acercaba a comulgar e, igual, hacía se metía en la fila de la cola de los que iban a comulgar. Su porte era respetuoso y silencioso, excepto cuando cantaba; y cuando entonaban la canción que decía que “tú has venido a la orilla…no has buscado ni a sabios ni a ricos”, lo hacía como con inspiración inundando la estancia de la Iglesia con su voz, para sentir en su corazón que se estaba en una dimensión sagradamente religiosa y humana, al mismo tiempo. Tal vez, porque en Luis se estaba redimensionando la profecía del libro bíblico, en la experiencia realmente humana y teológica de el “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey”. Tal vez, sería la extraordinaria experiencia de la Bella y la Bestia, en una misma experiencia religiosa y humana, sin subyugación ni yuxtaposición de una de otra, sino en estrecha conexión en una auténtica dimensión humana, donde Dios y el hombre se plenifican. Eso, en el caso, que en Luis se diera la sobrevaloración de lo puramente animal; o que, por equivocación, fuera esa la primera impresión. Tal vez, su voz ronca y sin elegancia era el recordatorio de esa doble conjunción humano-divina, y no fuera más que una confirmación de lo sorprendente de la pobreza y riqueza, como opuestos complementarios. Y eso fuera, tal vez, la diferencias con las señoras, la Una, la Dos, la Tres, hasta las Ochenta y Nueve, de las que asistían fervorosamente a su ritual diario del deber religioso. Tal vez. Tal vez.

capitulo 3



            Ya muchos se habían ido acostumbrando a la presencia de Luis en las pasillos y en los asientos de la Iglesia. Luis cantaba. Luis comulgaba la Sagrada Comunión. Algunos ya habían vencido la tentación de pedirle que se retirara. Contribuía a ello el hecho de que el señor cura párroco, no objetaba absolutamente nada; más, por el contrario, hacía de Luis un feligrés con todos los derechos de un fiel cristiano devoto, con la especial característica de subir al altar a su conversación con los santos de su exquisita amistad y predilección.

            Algunas veces, Luis, solamente entraba algunos minutos antes de la misa y hacía su rutina. Algunos se preocupaban, y en un principio, también el mismo señor cura párroco, cuando Luis se apoyaba en el paral que servía de soporte en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, donde hacía su acostumbrada reverencia con el arrodillarse con las dos piernas. En ese momento, Luis, se apoyaba en el paral, y el paral se bamboleaba, dando la impresión de perder el equilibrio y llevar al suelo la imagen del Corazón de Jesús. Algunos muy preocupados habían ido a conversar con el señor cura párroco, porque la situación podría ser y traer graves consecuencias, ya que se caería y, tal vez, se haría añicos tan exquisita imagen del santo. Una señora, de las del numeral, la ciento-veintitrés, había ido en tono de preocupación y en actitud de ocupación a exponer su inquietud. Habría que o prohibir esa devoción a Luis; o, habría que colocar un paral más grueso y fuerte que resistiera el bamboleo del santo. Tal vez, la imagen del Corazón de Jesús, disfrutaría ese movimiento, pues sería una especie de jamaqueo, y en cierta manera, una traviesa diversión en aquella postura tan quieta y piadosa que tienen casi todos los santos en esos lugares y templos. El hecho es que el mismo cura párroco también se dejó preocupar, a pesar que sabía que la base que tenía el santo resistía esos y otros muchos jamaqueos, sin dejar de pensar que también, que muchas y muchos le desaprobarían su permisividad en ese ritual que no tenía nada de preocupante y si mucho de sagrado. Sin duda, que todo hubiera sido distinto, si fuera otro, y no Luis el que bamboleara al santo. No sucedía lo mismo con la imagen de la Virgen de Coromoto y la de San José que estaban en ambos lados del altar, en la parte superior, ya que se apoyaban en grandes mesas voluminosas, tanto o más, que las propias imágenes sobre las que se apoyaban. Y eran, más bien, grotescos sus soportes, y le quitaban encanto y embelezo y simpatía a las imágenes. Llegaban a parecerse, sin la más mínima exageración a una escultura de Fernando Botero, con la diferencia que se trataba de unas mesas, por demás, de gruesas y grotescas, sin el más mínimo sentido de estética y de arte. Muy por el contrario de las obras del escultor y pintor colombiano, que en su voluminosidad se descubre la belleza y llevan a la sorpresa del ingenio humano, y el asombro de lo bonito, bueno y hermoso. Pero, aquellas eran unas mesas, o mastodontes de mesas, y por más que se apoyaran en ellas, no habría ningún tipo de bamboleo ni de jamaqueo, como sucedía con el Corazón de Jesús. El cura párroco, en todo caso, estaba agradecido que no hubiese cedido la base y no hubiese necesidad de recoger los añicos de lo que pudiese quedar del santo, y sobre todo, no tener que lamentar que el cortejo de ellos y ellas en sus recriminaciones por no haber tomado precauciones. Luis tampoco era tan corpulento para derribar la base, a pesar de la bailadita que le daba al Corazón de Jesús. Y todo se confabulaba para que todo, igualmente, estuviera bien, así como dicen y expresan los cosmogónicos y los de ciertas tendencias pseudo metafísicas, en una desvirtualización de la realidad. Tal vez, por eso era que Luis hacía que el Corazón de Jesús, se diera una divertida, sin saberlo Luis, y disfrutándolo la imagen. Tal vez, sonreiría. No sucedía igual con las señoras que se sentaban en la parte delantera, que sufrían por tanto movimiento de la imagen y por la impertinencia de aquel señor que las distraía en sus devociones por de más de piadosas.

capitulo 4




Había llegado ya diciembre, el mes más niño del año, pues nos hace aflorar el niño que todos llevamos dentro. Mes que nos hace capaces de ponernos cursi, y todo ello está permitido. Algunos se colocan una bufanda y una gorra semejando los fríos de otros lugares lejanos, aún estando en geografías de calor intenso. Otros se ponen simpáticos y querendones. Y otros hasta van a la misa, bajo la alegría y el entusiasmo de “las misas de aguinaldo”. Tal vez, el sonido ronco del tambor nos aflora lo instintivo y la herencia africana que todos llevamos dentro, sobre todo, teniendo en cuenta, que todos en los inicios somos africanos, si nos mantenemos en la respetuosa e irrefutable idea de la evolución. Pues todos somos africanos de origen, con la diferencia de las demarcaciones y especificidades de las geografías a las que se haya ido cada grupo humano, llamados desde hace cierto tiempo etnias, y no razas humanas, ya que la raza es una y única. Y las diferencias son étnicas, según señalan los adelantos.
Comenzaban las misas de aguinaldo.
Los tiempos iban cambiando y los horarios de las misas y sus celebraciones también. Pues todo es un constante devenir, como dijera el filósofo antiguo. Y, aún cuando no lo dijera, pues es así. Todo cambia, y todo queda, como igual lo expresara el poeta. Ya lo de ayer, para ayer se queda, aunque se nos queda grabado en nuestros cargamentos genéticos, precisamente, para ir determinando y precisando en las células y en las leyes físicas y biológicas el constante cambiamiento en el proceso no acabado de una evolución indefinida e inacabada. No acaba nunca que nunca acabe. Y lo que acaba es que todo acaba de empezar. Eso es una línea y eso es una experiencia de constante apertura a lo nuevo, porque lo que pasó sigue pasando, para pasar que todo comienza en lo novedoso del diario. Sin embargo, algunos se nostalgian en aferrarse a la experiencia de ayer, cuando lo que cuenta es lo que vendrá y está viniendo a cada instante y momento. Eso mismo sucedía con los horarios de las misas de aguinaldo, pues los tiempos sociales eran distintos y las situaciones. Algunos hasta habían manifestado que cómo podría ser posible que fuera en la tarde, en vez de la madrugada, como en otros tiempos. De nada servía explicar y justificar. Simplemente se trataba de cambios, ya hasta en la carga genética que se acumula y se hace selectiva para escoger los mejores elementos, en esa línea de la eterna evolución, descarta lo que no ayuda y permite una mayor perfección perfectible del mismo cambio como tal. Decirlo o justificarlo era y es, simplemente, una absoluta pérdida de tiempo valioso, porque “nada nuevo hay bajo el sol”, como dijera la misma Biblia, en la grandeza de esa y única gran verdad existencial.
Las misas de aguinaldo en esa comunidad eran en el nuevo horario. El año anterior había sido el año anterior. El año que vendría, sería el año que vendría. Lo que contaba era el año que estaba, y como estaba, siendo como era. La inseguridad, la madrugada, y otros muchos elementos sui generis, hacían la diferencia, a pesar de los tiempos vividos, pero pasados.
Todo había comenzado como lo programado.
Luis venía.
El segundo día-tarde, Luis, le comentó al señor cura párroco que traería unas maracas para el conjunto de los que animaban las misas de aguinaldo.

-- Padre – dijo – voy a traer mañana unas marcas para el conjunto. Y se río como muchacho contento de saber que estaba haciendo una buena acción. Tal vez, como los scouts, que tienen que hacer su obra buena del día.

capitulo 5

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Al segundo día de las misas de aguinaldo, todo iba como tenía que ir. Y si fuera de otra manera, también así iría, para decir, igualmente, que todo iría como estuviera yendo. E iba, como iba, e iba bien. Los que iban a la novena de misas de aguinaldo comenzaban a seguir yendo. La muchacha del nuevo coro lo hacía con esmero y dedicación, y si los ángeles cantan como dicen que cantan, entonces, allí habría un ángel; pero, sin saber cómo es que cantan los ángeles, y qué tipo de música prefieren. Aunque, los expertos en música clásica dicen que es música como de Beethoven, de Bach y de todos esos clásicos de la humanidad. Tal vez, lo sea. Pero, si le consulta a un caribeño o a uno de otras dimensiones geográficas y culturales, entonces, la música de los ángeles habrá de ser un merengue o un vallenato. Porque todo es una absoluta relativización hasta en los valores culturales, y a Dios, algunos lo colocarían disfrutando una quinta sinfonía, o un pasodoble español. Todo dependiendo de quién y desde de dónde, y sobre todo, desde cómo, porque no es lo mismo escuchar música en un baile festivo, que en una situación de tristeza. El hecho, es que la música del cuatro del tambor, le daban a aquella realidad una especificidad única e irrepetible. Y, era como era. Tal vez el sonido del tambor era la diferencia. Algunos llevaban colocados unos gorros rojos con borlados blancos, típicos de San Nicolás.
Luis estaba sentado tocando las maracas.
Los muchachos, ellos y ellas, y algunas señoras formaban el conjunto de las misas de aguinaldo. Ahora, Luis, también, y todos se habían dado cuenta de ese detalle, menos el señor cura párroco, que, a pesar de todo, sentía una diferencia en el sonido de percusión aquella tarde. Algo había que hacía la diferencia. Luis estaba en una actitud de asomado y como si no hubiese estado invitado al festín. Pero, igual hacía sonar las maracas, y lo hacía con destreza humilde. Movía la boca y sacaba un poco la lengua, tal vez, para no perder la concentración. Ocupaba la última silla de una fila que estaba en uno de los costados de la Iglesia, siendo el último, tal vez, porque había llegado justo a la hora de la misa; o, tal vez, por otro tal vez, que no se sabía, aunque daba la impresión que no estaba siendo aceptado por el resto del conjunto de aguinaldos. Tal vez, porque era un viejo, y tal vez, porque sus zapatos no estaban lustrados. Pero, igual participó en todos los cantos y en toda la misa; e, igual, fue a comulgar como lo hacía cada vez que asistía a la celebración eucarística. Y sacaba la lengua con los movimientos de los brazos en su maraqueo. Tal vez, ese día no iría a saludar las tres imágenes, y no iría a jamaquear al Corazón de Jesús. O, tal vez, ya lo había hecho antes, y no se habían percatado porque las parrandas navideñas y sus sonidos angélicos transportaban en un contagio decembrino, o, porque se estaba en las misas de aguinaldos.
-- ¡Padre! – le comentó alguien al señor cura párroco, al término de la misa – ¿vio al viejito que estaba tocando las maracas?
-- ¡No! – contestó él. Pues no se había dado cuenta y no lo había visto.

-- ¡Y lo hace muy bien! – continuó en sorpresa agradable la persona que le hacía ver el detalle que no había podido percibir el párroco, de manera visual, aunque si, un poco a nivel auditivo.

capitulo 6

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Era ya la tercera misa de la novena de misas de aguinaldo.
Luis había llegado un poco más temprano y había ensayado con el grupo antes de la celebración del día. La sorpresa estuvo en que también Luis tocaba el cuatro. Y en los ensayos, todo estuvo mejor, pues había ya más coordinación y más fluidez en los instrumentos.
Todo fue bonito ese tercer día.
Y, Luis, igual seguía sentado en la última silla, e, igual, sacaba la lengua como tocaba las maracas. Y esta vez, el párroco si se había percatado y detallado el desenvolvimiento de Luis. Nadie sabía cómo se llamaba, ni dónde vivía, ni qué hacía. Solo lo habían visto hacer su visita a las imágenes, y, ahora, lo veían sentado con el conjunto de las misas de aguinaldo. Esto último llamaba más la atención. Algunas señoras se reían y se miraban sin poder omitir una mueca de desconcierto y de sorpresa al no comprender qué podría estar él haciendo ahí, justo ahí. Tal vez, los demás integrantes del conjunto de aguinaldo se hacían eco de la percepción universal y del ambiente, pues en esto tienen razón los pensadores al decir que un pensamiento y una sensación puede ser universalmente única, en ciertos ambientes y circunstancias. Y el que piense y sienta distinto, pasa a ser un disidente o un distinto de la masa. Tal vez, allí se estaría realizando la confirmación de el “dónde está Vicente?... donde está la gente”; y salirse de ese esquema, podría ser contraproducente, porque pensar, sentir y vivir distinto es riesgoso y aislante. Ahora, el señor cura párroco se complacía al ver al señor Luis moviendo sus brazos al compás del ritmo de las melodías, y mucha gente como veían que el párroco miraba hacia el coro y a Luis, entonces, comenzaban a mirar, pero con sentido complaciente y de satisfacción por la alegría de ver a Luis donde estaba y lo que hacía, a pesar de que se hallaba en evidente ariconamiento en relación a todo el conjunto de aguinaldos.
-- Quiero resaltar un detalle, hoy – dijo el párroco justo antes de dar la bendición final en la misa de ese día, y se colocó en todo el centro del altar, para cerciorarse de tener la atención de todos los que estaban esa tarde en la misa.
-- ¡Por favor, que venga aquí el maraquero! – dijo el párroco e hizo llamar a Luis, al viejo, que había tocado las maracas, quien pasó de inmediato a la convocatoria del pastor, sin hacerse de rogar y manera sencilla y espontánea.
-- El señor – dijo el párroco, pues tampoco sabía cómo se llamaba – nos está dando una gran lección desde hace varios días. El párroco le había echado su brazo derecho sobre los hombros a Luis.
--  ¡Usted, cómo se llama! – inquirió el párroco acercándole el micrófono al viejo.

-- ¡Luis…! – dijo él con su voz gruesa. Y, también dijo el apellido. Entonces, el párroco resaltó algunas cosas del gesto de Luis, que de manera respetuosa se hallaba acompañando las misas de aguinaldo. La gente irrumpió con fuerte aplauso, porque la gente tiene siempre esa costumbre, de aplaudir con todo y por todo. Y, a veces, los aplausos son más una instintividad instantánea de masificación, que un reconocimiento verdadero. En todo caso, la gente aplaudió. Luis dio las gracias, y pidió permiso para regresar al sitio donde estaba, en la última silla del sitio del coro de la parroquia. El párroco, ciertamente, estaba emocionado y quería resaltar aquello.

capitulo 7

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Al día siguiente, todo igual.
También Luis volvió a la misa. Pero, esta vez, antes de irse a participar como maraquero en el conjunto, hizo su visita a las tres imágenes. Tal vez, el reconocimiento del día anterior, le habrían recordado que había descuidado su rutina y su visita. Tal vez, le estaría haciendo falta otra movidita al Sagrado Corazón en su bamboleo acostumbrado. Las mesas de las otras dos imágenes, ciertamente, no se moverían porque no tenían parales ni soportes que se movieran. Y, un detalle, es que ya el coro estaba cantando la canción de entrada porque el párroco con su comitiva litúrgica ya estaba saliendo hacia el altar para comenzar sus servicios del día. Faltaba Luis que estaba justo arrodillado frente a la imagen de la Virgen de Coromoto. El párroco al pasar por un lado, le pidió a Luis, que para el día siguiente que era 24 de diciembre, que si quería subir al altar para hacer de monaguillo. Se lo dijo mientras Luis estaba arrodillado. Luis dijo que sí. Y el párroco se contentó y se emocionó, pues le pareció que sería bonito que Luis estuviera allí con él.
Todo se realizó como de costumbre; es decir, todo bien, y como siempre. Nada de resaltar, sino el que el párroco había encomendado la tarea a una persona de hablar y preparar con Luis lo concerniente a su participación en el altar. Luis había dicho que si…..La persona encargada de la encomienda también se contentó y comentó que sería, realmente, bonito-bonito. Eso conllevaría que Luis se bañara, se afeitara, y que se pusiera una mejor ropa, para parecer lo que ya era, pero distinto y más presentable. Todo sería así.

Se cerraron las puertas de la Iglesia y se apagaron las luces. Todo había sido bonito. Un día más. Un día menos.