Había llegado
ya diciembre, el mes más niño del año, pues nos hace aflorar el niño que todos
llevamos dentro. Mes que nos hace capaces de ponernos cursi, y todo ello está
permitido. Algunos se colocan una bufanda y una gorra semejando los fríos de
otros lugares lejanos, aún estando en geografías de calor intenso. Otros se
ponen simpáticos y querendones. Y otros hasta van a la misa, bajo la alegría y
el entusiasmo de “las misas de aguinaldo”. Tal vez, el sonido ronco del tambor
nos aflora lo instintivo y la herencia africana que todos llevamos dentro,
sobre todo, teniendo en cuenta, que todos en los inicios somos africanos, si
nos mantenemos en la respetuosa e irrefutable idea de la evolución. Pues todos
somos africanos de origen, con la diferencia de las demarcaciones y
especificidades de las geografías a las que se haya ido cada grupo humano,
llamados desde hace cierto tiempo etnias, y no razas humanas, ya que la raza es
una y única. Y las diferencias son étnicas, según señalan los adelantos.
Comenzaban las
misas de aguinaldo.
Los tiempos
iban cambiando y los horarios de las misas y sus celebraciones también. Pues
todo es un constante devenir, como dijera el filósofo antiguo. Y, aún cuando no
lo dijera, pues es así. Todo cambia, y todo queda, como igual lo expresara el
poeta. Ya lo de ayer, para ayer se queda, aunque se nos queda grabado en
nuestros cargamentos genéticos, precisamente, para ir determinando y precisando
en las células y en las leyes físicas y biológicas el constante cambiamiento en
el proceso no acabado de una evolución indefinida e inacabada. No acaba nunca
que nunca acabe. Y lo que acaba es que todo acaba de empezar. Eso es una línea
y eso es una experiencia de constante apertura a lo nuevo, porque lo que pasó
sigue pasando, para pasar que todo comienza en lo novedoso del diario. Sin
embargo, algunos se nostalgian en aferrarse a la experiencia de ayer, cuando lo
que cuenta es lo que vendrá y está viniendo a cada instante y momento. Eso
mismo sucedía con los horarios de las misas de aguinaldo, pues los tiempos
sociales eran distintos y las situaciones. Algunos hasta habían manifestado que
cómo podría ser posible que fuera en la tarde, en vez de la madrugada, como en
otros tiempos. De nada servía explicar y justificar. Simplemente se trataba de
cambios, ya hasta en la carga genética que se acumula y se hace selectiva para
escoger los mejores elementos, en esa línea de la eterna evolución, descarta lo
que no ayuda y permite una mayor perfección perfectible del mismo cambio como
tal. Decirlo o justificarlo era y es, simplemente, una absoluta pérdida de
tiempo valioso, porque “nada nuevo hay
bajo el sol”, como dijera la misma Biblia, en la grandeza de esa y única
gran verdad existencial.
Las misas de
aguinaldo en esa comunidad eran en el nuevo horario. El año anterior había sido
el año anterior. El año que vendría, sería el año que vendría. Lo que contaba
era el año que estaba, y como estaba, siendo como era. La inseguridad, la
madrugada, y otros muchos elementos sui generis, hacían la diferencia, a pesar
de los tiempos vividos, pero pasados.
Todo había
comenzado como lo programado.
Luis venía.
El segundo
día-tarde, Luis, le comentó al señor cura párroco que traería unas maracas para
el conjunto de los que animaban las misas de aguinaldo.
-- Padre –
dijo – voy a traer mañana unas marcas para el conjunto. Y se río como muchacho
contento de saber que estaba haciendo una buena acción. Tal vez, como los
scouts, que tienen que hacer su obra buena del día.
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